El señor Arzobispo de Burgos, temeroso de lo que pudiera desencadenar el rodaje (que los años 70 eran tiempos de hippies, flower power y conatos de revolución sexual peligrosísimos), exigió la presencia de un topo infiltrado entre los miembros del equipo. El elegido se encargaría de redactar un diario donde apuntara todo lo “moralmente reprobable”.

Y no había mejor candidato para ser los ojos del Arzobispo que un muchacho apasionado por el cine, niño bueno profesional, y hasta con conocimientos de taquigrafía.

Para él sería la oportunidad de una vida: ver de cerca a la estrella francesa.

Con lo que no contaba el muchacho era cruzarse con la doble de Brigitte Bardot…

Pero eso ya dentro del libro.